Todo hombre lucha por ser un buen recuerdo. A menos de 24 horas del último latido de su corazón, don Ernesto Sáenz sigue en la memoria de los que lo quieren, de los que lo observaron al costado de un campo de juego mirando a su hijo correr y festejar. En el barrio de “Los Cipreses”, su hogar desde hace más de 15 años, sus restos son velados. Desfilan a verlo por última vez infinidad de deportistas, aquellos que hicieron amistad con su “Wally” y que cultivaron el respeto hacia él y su esposa Soledad, quebrada por el dolor.
Leyla Chihuán, Miguel Rebosio, Jorge Soto, Ernesto Arakaki, “Puchungo” Yáñez, Christian del Mar, Carlos “Mágico” Gonzales y la siempre singular “Tía poco floro”. Cada uno, a su manera, fue a rendirle un homenaje sincero.
Cerca de la una de la tarde, el goleador Waldir Sáenz vestía pantalón negro, polo del mismo color y gorrito oscuro. A su lado, su señoraEricka y su niña Thais Belén. Se fundieron en un abrazo con sus hermanos Miguel Ángel, Yosimar y Jeniffer. Luego pasó a recibir el apoyo de sus colegas expresado en unas palmas en la espalda.
Adentro, el féretro rodeado de arreglos florales parecía gritar que algo faltaba. Era cierto, Don Ernesto fue fanático de Sport Boys y antes de morir, expresó el deseo de un hombre marcado por la gloriosa camiseta porteña. “Mi padre pidió, antes de partir, que lo entierren con la bandera rosada“, confesó Josimar. Y se su pedido hará realidad mañana cuando lo entierren, y ya haya llegado su heredero Javier, que radica en Estados Unidos.
Descanse en paz, maestro. Los que lo conocimos supimos mucho de usted, pero sobre todo, aprendimos a rescatar su educación y don de gente. Nunca una mala cara por criticar a su famoso hijo, nunca un gesto de fastidio por informar sobre su “goleador” y siempre saludando con la mano extendida y apretándola fuerte, como solo lo hacen los caballeros de bien. Qué Dios lo tenga en su gloria.
Trome
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